Inspirada en
la idea de progreso de
la Ilustración, el evolucionismo social se
convierte en un concepto popular en el siglo XIX. El positivismo de Auguste
Comte, que divide la historia en
estadios teológico, metafísico y positivista (abierto éste último por la ciencia moderna),
fue una de las más influyentes doctrinas del progreso. La interpretación
wigh de la historia, asociada con intelectuales
británicos de las eras victoriana y eduardiana, como Henry Maine o Thomas
Macaulay, dan un ejemplo de tal
influencia, que mira la historia humana como un progreso: desde el salvajismo y
la ignorancia; hacia la paz,
la prosperidad y la ciencia.
Maine describe la dirección del progreso como delestamento al contrato:
desde un mundo en el que la futura vida de un niño está predeterminada por las
circunstancias de su nacimiento, hacia una de movilidad y oportunidades.
La publicación
de El Origen de las Especies de Darwin en
1859 puso en el debate intelectual el concepto de la evolución.
Rápidamente fue trasplantado de su campo original, la biología,
al campo social con las teorías del darwinismo
social. Herbert
Spencer, que acuñó el término la supervivencia del más apto o Lewis Henry Morgan en Ancient Society (1877)
desarrollaron teorías evolucionistas independientemente de los trabajos de
Darwin, que fueron más tarde interpretados como darwinismo social. Estas
teorías de evolución no lineal del
siglo XIX proponían que las sociedades comenzaban en un estado primitivo y
gradualmente se convertían en más civilizadas con el tiempo, igualando la
cultura y tecnología de la civilización occidental con
el progreso.
Ernst
Haeckel formuló su teoría de
la recapitulación en
1867, que proponía que la
ontogenia recapitula la filogenia: la formación embrionaria de cada
individuo reproduce la evolución de la especie. Aplicado a la formación de la
persona, un niño pasaría por todos los pasos desde la sociedad primitiva hasta
la sociedad moderna. Haeckel no apoyaba la teoría darvinista de
la selección natural, sino
más bien la lamarckista de
la herencia de los caracteres
adquiridos.
Para otros, el
progreso no es necesariamente positivo. Arthur Gobineau (Ensayo
sobre la desigualdad de las razas humanas, 1853-1855) hace una decadente
descripción de la evolución de la raza
aria, que estaría desapareciendo
por degeneración.
La obra de Gobineau tuvo una gran popularidad en el autodenominado racismo científico.
Tras la Primera Guerra Mundial,
incluso antes de recibir las duras críticas de Herbert Butterfield,
la interpretación wigh de la historia se había quedado obsoleta. Paul
Valérydecía Nosotras, las civilizaciones, nos sabemos ya
mortales. No obstante, la idea de progreso no desaparece completamente:
a finales del siglo XX Francis
Fukuyamapropuso una noción similiar (El
final de la historia, 1992), concibiendo la democracia liberal como el fin de
la historia, basándose en una lectura kojeviana de
laFenomenología del Espíritu de Hegel.
Influyente al tiempo de su publicación, tras la caída de los regímenes
comunistas, los conflictos internacionales posteriores, entre los que destaca
sobre todo el que se produce entre las culturas islámica y occidental han
puesto quizá más de moda la visión del Choque de Civilizaciones de Samuel
Huntington.
Tras Hegel,
que insistió en el papel de los grandes hombres en la historia, con su famoso
comentario sobre Napoleón (vi al Espíritu sobre su caballo), Thomas
Carlyleargumentó que la historia era
la biografía de unos pocos
individuos centrales, los héroes,
como Oliver Cromwell o Federico el Grande (La
historia del mundo no es sino la biografía de los grandes hombres). Sus héroes
son figuras políticas y militares, los fundadores o líderes de los estados. Su
historia de los grandes hombres, genios del bien o del mal, tiende a organizar
el cambio como la llegada de la grandeza. A finales del siglo XX ya ha quedado
muy desprestigiada la posición de Carlyle, y pocos se atreverían a defenderla.
La mayor parte de los filósofos de la historia proponen que las fuerzas
motrices de la historia se pueden describir sólo con una lente de mayor aumento
que la usada para los retratos. No obstante, la teoría de los
Grandes Hombres se hizo popular con los
historiadores profesionales del siglo XIX, siendo buen ejemplo la Encyclopedia Britannica en
su undécima edición (1911, muy usada en wikipedia por
haber caducado su copyright),
que contiene detalladas biografías de los grandes hombres de la historia. Por
ejemplo, para informarse sobre el Periodo de las
Migraciones, basta con leer la biografía
de Atila el Huno.
Tras la
concepción marxista del materialismo histórico basado
en la lucha de clases,
que pone atención por primera vez en la importancia de los factores sociales,
como laeconomía, en la
historia, Herbert Spencer escribió: Se debe admitir la génesis del gran hombre
depende de la larga serie de complejas influencias que ha producido la raza en
la que aparece y el estado social en que esta raza ha ido formando
lentamente... Antes de aquél pueda rehacer su sociedad, esta sociedad debe
hacerse a sí misma.
La Escuela de Annales,
fundada por Lucien Febvre y Marc
Bloch, fue uno de los pasos
fundamentales en el abandono de la historia centrada en los sujetos
individuales para concentrarse en la geografía, economía, demografía y
otras fuerzas sociales. La obra de Fernand
Braudel sobre el Mediterráneo entendido
como el verdadero héroe de la historia, la historia del clima de Le Roy Ladurie,
etc, estarían inspirados por esta escuela.
La teodicea reclama
para la historia una dirección que conduce a un final escatológico,
dado por un poder superior. No obstante su sentido teleológico trascendental
puede verse como inmanente a la misma historia humana. Puede decirse que Marx,
como Auguste Comte,
posee una concepción teleológica inmanente de la historia; aunqueAlthusser ha
argumentado que la discontinuidad es un elemento esencial del materialismo
dialéctico de Marx, lo que incluye al materialismo histórico. Pensadores comoNietzsche, Foucault, Deleuze o
el propio Althusser, niegan cualquier sentido teleológico a la historia,
caracterizando a ésta mejor a través de la discontinuidad, la ruptura y la
variedad de escalas en el tiempo histórico,
como ha demostrado la Escuela de Annales,
particularmente Fernand
Braudel. La historia puede ser definida
como la ciencia del cambio en el tiempo.
Las escuelas de
pensamiento influenciadads por Hegel y Marx ven
la historia como progresiva, aunque ven el progreso como la manifestación de una
dialéctica, en la que factores que operan en direcciones opuestas se sintetizan
a través del tiempo. De esta forma, la historia puede verse mejor como dirigida
por un Zeitgeist (espíritu del
tiempo), cuyas huellas pueden verse al mirar al pasado. Hegel creía que la
historia empujaba al hombre hacia la civilización,
y algunos le atribuyen la creencia de que el Estado prusiano encarnaba el final de la historia.
En sus Lecciones sobre filosofía
de la historia, explica que la filosofía de cada época de algún modo es
la filosofía del Todo; no es una subdivisión del Todo pero sí este Todo
aprehendido en sí mismo de un modo específico (sic).
Marx adaptó
la dialéctica de Hegel para
desarrollar el materialismo dialéctico.
Vio cómo la lucha de tesis y antítesis y sus síntesis resultantes tenían
siempre lugar en el terreno material y económico. La aportación central
del materialismo histórico es
que la historia muestra progreso,
no de forma lineal sino acumulativa, y que la causa de ese progreso es la lucha
por la posesión y control de los medios de producción.
Las ideas e instituciones políticas
serían el resultado de la producción material
y las condiciones de la distribución y
el consumo. Para Marx, la
continua batalla entre fuerzas opuestas dentro de los modos de producción conduce
inevitablemente a cambios revolucionarios, y a la larga al comunismo,
que sería la recreación final de un estado literalmente pre-histórico. Tanto
Hegel como Marx son teleológicos en su concepción de la historia: ambos creen
que la historia es progresiva y dirigida a un fin particular. La historia de los
medios de producción, por tanto, es la estructura de
la historia, y cualquier otra cosa, incluyendo la discusión ideológica sobre la
historia misma, constituye la superestructura.
De acuerdo con el
discurso político histórico de la lucha racial analizada por Michel
Foucault en su curso de
1976-1977 La Sociedad debe ser
Defendida, se suele argumentar que los vencedores de una lucha social
(el conflicto puede basarse en cualquier elemento social: lucha racial,
nacional o de clases) usa su predominio político para suprimir la versión de
los hechos históricos de sus derrotados adversarios a favor de su propia
propaganda, lo que puede llevar incluso al revisionismo histórico. Walter
Benjamin también consideraba que los
historiadores marxistas debían tomar un punto de vista radicalmente diferente
del punto de vista idealista y burgués, en un intento de crear una especie de
historia desde abajo, que sería capaz de concebir una concepción alternativa de
la historia, no basada, como en la historiografía clásica, en el discurso filosófico
y jurídico de la soberanía.
Un ejemplo clásico
de la historia escrita por los vencedores es la información conocida de los
cartagineses. Los historiadores romanos atribuyen a sus seculares enemigos
crueldades sin cuento, incluyendo sacrificios humanos, que no se puede
contrastar con la otra versión de la historia.
De modo similar,
sólo se tiene la versión cristiana de cómo el cristianismo llegó
a ser la religión dominante de Europa, pero no la versión pagana. Se conoce la
versión europea de la conquista de América,
pero no la de los nativos. Heródoto cuenta
la versión griega de las guerras
médicas, pero no se conoce la persa.
Un posible
contraejemplo es la Guerra de Secesión,
de la que los perdedores sudistas han publicado más información que los
vencedores, hasta dominar la percepción nacional de la historia (los generales
confederados Lee y Jackson son
tenidos por superiores a sus adversarios, y películas como Lo que el viento se
llevó o El nacimiento de una nación han
fijado visual y sentimentalmente el punto de vista del Sur en el imaginario
colectivo). Se podría argumentar de manera inversa, es decir que que quien
escribe la historia es quien venció.
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